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14 noviembre 2009

Mi voto por nadie



La primera vez -y última- que asistí a una caravana política tenía 13 años de edad. Mi madre, nacionalista por herencia, era una de las miles de mujeres hipnotizadas por la palabra del licenciado Rafael Leonardo Callejas (a quien este año le entregaron 16 cartas de libertad definitivas que confirman su honestidad). Recuerdo las banderas con la estrella solitaria que ondeabamos subidos en la paila de un pick up Toyota 1000. Cinco años después llegó el tiempo para ejercer el sufragio. Sin conocimientos amplios -en lo cual aún tengo muchos vacíos- acerca de la historia política de Honduras decidí no votar por ningún candidato: Ni Carlos Roberto Reina, menos Oswaldo Ramos Soto. Luego subieron al trono presidencial Carlos Roberto Flores, Ricardo Maduro y Manuel Zelaya. Ninguno despertó mi interés y me sumé a los miles de hondureños que ya no se tragan el gastado discurso de combate a la pobreza, apoyo a la educación, combate a la corrupción o gobierno para los pobres.


¿Por qué dar mi voto para legitimar las falacias de quienes adquirieron astucia política desde alguna dependencia del Estado? ¿No tengo acaso derecho de elegir no elegir este 29 de noviembre? Muchos se llenan la boca diciendo que elegir es un derecho constitucional. Falso: nos obligar a creer eso. Los hondureños van a las urnas para legitimar al candidato que los grupos de poder "bendicen". No elegimos, legitimamos la voluntad de quienes en realidad tienen el poder para poner y quitar presidentes. De nuevo me rehuso a participar en las elecciones. "Cambio Ya", dice Pepe Lobo. Pepe no merece nuestro voto. "El cambio para vivir mejor", proclama Elvin Santos; tampoco merece nuestro voto. El "Obama" Catracho -qué manía la de buscarle a todo personaje famoso su contraparte catracha- deja mal parada a la cultura garífuna; tampoco merece que desperdiciemos un domingo para darle el voto. "Del pueblo al poder", asegura Felícito Ávila del Partido Demócrata Cristiano de Honduras. Vasta con echarnos a reír y no votar por el partido verde que nunca alcanzó madurez. ¿Y César Ham? Pues mucho ruido y pocas nueces. ¿Y Carlos H. Reyes? Ha hecho historia al lograr una candidatura independiente. Aunque tampoco le daré el voto, porque se retiró del proceso electoral.


¿Qué opciones tenemos entonces quienes descreemos del tradicionalismo político de estas Honduras? Pues no votar para demostrar que somos más los ausentes que aquellos "ilusos" o "engañados" que todavía creen que eligen y que los presidentes dependen de su voto. Aunque quizá he votado sin darme cuenta. ¿Si en elecciones pasadas han ejercido el sufragio los muertos, porque no han de obligar a votar a quienes no asisten a su centro de votación? En estas Honduras todo es posible. Si acaso cambiara -aunque sé que no pasará- no podría ya ejercer el sufragio pues no cambié mi domicilio de votación y tendría que movilizarme a Tegucigalpa.



¿Que soy zelayista? ¿Nángara? ¿Comunista? Nada de eso. Solo un lector con algo de sentido común y apatía por marcar bajo un rostro hipócrita y mancharme el dedo por "amor y respeto a la democracia". ¿Serán estas las elecciones más votadas? Si los organizadores del teatro electoral quieren sí, aunque la gran mayoría nos quedemos viendo la tv o durmiento el próximo 29 de noviembre. ¿Votar para salvar a Honduras? Otra falacia. El futuro de estas Honduras es sombrío. Los tentáculos de las vacas sagradas que heredan el poder a sus becerros asfixian cualquier intento por encaminar por nuevos caminos a esta patria. Su prioridad no es Honduras, sino mantener su status y defender sus haciendas (entiéndase intereses). ¿Que si no creo en la democracia? -Y existe, pues.

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