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04 diciembre 2010

El impacto de WikiLeaks



A pesar de los masivos ataques que ha sufrido WikiLeaks desde el pasado 28 de noviembre, la publicación de cables sigue fluyendo. Raúl Sohr publica en diario La Nación de Chile un interesante artículo, donde deja registrado lo que todos percibimos: "Pese a todo Washington confía que nada cambiará, pues amigos y enemigos deben tener en cuenta su poderío". Todos los involucrados, aunque los cables de los embajadores gringos no les gusten, restan importancia a dichos cables, los minimizan o simplemente evitan referirse al tema.

Por Raúl Sohr / Viernes 3 de Diciembre de 2010 (Diario La Nación de Chile)


Más allá de los alcances de los contenidos de los documentos filtrados por WikiLeaks emerge un nuevo cuadro en las comunicaciones. Una organización ciudadana es capaz de sacudir a Estados Unidos y subordinar a los principales medios periodísticos mundiales. Es insólito que la agenda internacional esté dictada en estos días por un grupo insignificante de individuos sin más armas que la información. Hasta hace poco una denuncia quemante podía quedar relegada a medios alternativos carentes de llegada y credibilidad ante el público. Como saben los comunicadores la aceptación de la información está dada por la confianza en la fuente de la cual proviene antes que por el mensaje difundido. En otras palabras, suele gravitar más quien lo dice que lo que se dice.

Un ejemplo es lo ocurrido con la cobertura de la masacre de My Lai ocurrida en Vietnam en mayo de 1968. Al día siguiente de la masacre The New York Times consignó la versión oficial que daba cuenta de la muerte de 128 soldados del Vietcong en una “ofensiva para limpiar bolsones enemigos”. Se estima que fueron ultimadas unas 500 personas. My Lai es una de las masacres más estudiadas en la historia bélica. El ejército de Estados Unidos investigó lo ocurrido a fondo y muchos de los protagonistas escribieron memorias o concedieron entrevistas. Pero eso fue más tarde. En el momento el periodista Seymour Hersh tenía los antecedentes y ofreció un artículo a la revista Life, la cual lo rechazó al igual que una serie de grandes medios. El arduo camino que debió recorrer la información, antes de aflorar al público, ilustra el hecho de que un crimen tiene muchos cómplices. Recién a mediados de 1969, un año y medio después de la masacre, Hersch, después de largas gestiones, consiguió que su artículo fuese publicado.

Hoy WikiLeaks tiene a The New York Times, al británico The Guardian, el semanario alemán Der Spiegel, al respetable Le Monde francés y a El País de España a su disposición. Es un hecho histórico en la vida de la prensa que una pequeña organización tenga semejante capacidad de administrar la información. Esta es la tercera rueda de revelaciones en curso del año: en julio salieron 77 mil documentos secretos estadounidenses sobre la guerra en Afganistán. En octubre siguieron 400 mil documentos más sobre Irak. Ahora un cuarto de millón sobre las comunicaciones diplomáticas de Estados Unidos. Hasta ahora nadie ha cuestionado la veracidad de las filtraciones.

Las autoridades estadounidenses dicen que las revelaciones son incómodas. Como no habrían de serlo afirmaciones peyorativas sobre gobernantes aliados. Pero pese a todo Washington confía que nada cambiará, pues amigos y enemigos deben tener en cuenta su poderío. Eso es así. Pero el mundo ya no vive bajo la Guerra Fría en que los abusos eran imputables a las disputas hegemónicas, al choque entre campos antagónicos. Las filtraciones sobre el espionaje realizado por la diplomacia norteamericana a representantes de países en las Naciones Unidas es una violación del derecho internacional. La invasión unilateral e injustificada a Irak, en 2003, llevó a una pérdida de credibilidad del gobierno del Presidente George W. Bush. Ahora el acceso masivo a comentarios que emanan de embajadas y consulados merma la confianza en el buen criterio de quienes conducen su política exterior. Es un proceso que recién comienza, pues faltan millares de documentos que son entregados a cuentagotas. En todo caso es erróneo culpar al mensajero. La responsabilidad es toda de los gobernantes responsables de los contenidos divulgados.

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